Todas las gotas de agua caían de una en una y de una manera desordenada durante una tormenta cuyos relámpagos se veían desde kilómetros a la redonda y cuyos truenos sonaban tan fuerte que casi era necesario taparse las orejas para protegerse los tímpanos.
Gota Azul y muchas de sus amigas se reagruparon al tocar tierra y juntas bajaron la montaña divirtiéndose alegremente y haciéndose bromas entre ellas. Pronto llegaron a un arroyo y se unieron a todas las gotas ya reunidas allí para ir en busca de nuevos horizontes. Más lejos, un ramal las hizo desviarse a un río de curso rápido y poderoso. Allí se divirtieron como locas bajando cascadas y rodando en saltos de agua de una altura increíble. A veces se dispersaban, yendo a golpearse duramente contra peñones puntiagudos o troncos de árboles arrastrados de aquí para allá sobre la corriente de agua. Pero más lejos, volvían a encontrarse y continuaban juntas el recorrido. Empezaron a notar que algunas de ellas, más cansadas, se detenían a descansar sobre los peñones y desaparecían de una manera misteriosa bajo los rayos del sol. Se transformaban súbitamente en algo vaporoso, en un halo fino y se elevaban delicadamente hacia el cielo.
Al principio, no le prestaron mucha atención, pero como el fenómeno se reproducía cada vez más a menudo a medida que llegaban a los lagos del valle, comenzaron a preguntarse qué les había sucedido a sus amigas que, de este modo, subían extrañamente al cielo y se volvían invisibles a sus ojos.
Entonces se prometieron que si una de ellas desaparecía de esta manera, regresaría a decirles a las demás lo que pasaba allá arriba.
Un día, en el que brillaba un sol abrasador,
Gota Azul, fatigada, descansaba en la orilla de un lago, dormida cómodamente sobre la cálida arena. De repente se dio cuenta de que su fin se acercaba.
Gota Azul se sintió irresistiblemente atraída hacia la bóveda celeste, transformada en un vapor volátil que flotó suavemente hacia el firmamento. Abajo, veía a sus amigas, pero no tuvo tiempo para saludarlas antes de elevarse.
Cuando sus compañeras se dieron cuenta de su desaparición, no pudieron hacer nada. Asombradas y preocupadas, miraron juntas hacia el dominio de las estrellas, pero no distinguieron nada en especial en ese espacio infinito.
Cuando llegó a lo alto,
Gota Azul reconoció a muchas de las gotitas que había conocido durante su estancia en la tierra. Se asoció con ellas y otras para formar una majestuosa nube turquesa, radiante, cómoda, mullida y bañada en una atmósfera aterciopelada y sedosa. Veía a sus amigas abajo. Le hubiera gustado mucho comunicarse con ellas para decides 1o que había sucedido, pero... Entonces comprendió que aunque sus amigas miraran hacia arriba, no manifestarían ninguna reacción porque, transformada en una nube tan extraordinaria donde reinaban la ternura, la dulzura, la paz, la armonía, la quietud y la serenidad,
Gota Azul se había vuelto irreconocible.
Pregunta sugerida: Si las gotitas de las cielos pudieran hablar, ¿qué le dirían a las gotitas de los suelos ?
